La salida de clases, los niños (2)

viernes, 1 de junio de 2007

Sentado en la escalera frente al colegio, miraba y escuchaba. Con Carolina estábamos tranquilos y atentos, esperando que fluyera la vida del barrio. Sonidos de la ciudad llegaban suaves ese medio día, mientras un par de buses escolares se acercaban a retirar unos pequeños que salían rápidamente, acompañados por un par de tías. Continué tomando fotografías, puesto que estábamos registrando los sucesos que allí acontecían.

A cada instante llegaba más gente, mujeres jóvenes y otras, menos, más adultas, venían a retirar a sus hijos y hermanos. De a poco, comenzaron a salir más niños. Como yo tenia la cámara, llame pronto la atención de un pequeño curioso que se acerco rodeándome, suavemente. Llego a mi lado, me miraba y miraba lo que hacia. El tiene como 8 años, lo que me hizo recordar a mi hermano menor en ese instante. Cuando comprendí que quería hablar pero no se atrevía, lo salude y el me respondió muy alegre. Al momento en que esto ocurrió, sus compañeros, sus cercanos, llegaron también con nosotros. Fui uno más entre ellos mientras se me permitió.

Les dije que estábamos haciendo un proyecto con Carolina, a quien la señale para que nos conocieran, y sintieran más comodidad, aunque ellos no mostraban ningún temor pese a ser yo un desconocido. Esa inocencia la cuide mientras me permitieron ser su amigo. Las mamas que nos miraban en un momento como analizando, pasaron a ser cordiales y conversadoras. Carolina se quedo con ellas.

Yo me fui con los niños, jugué con ellos un rato. Miraban curiosos cómo tomaba las fotografías; ellos también querían intentarlo. Lo hicieron, conversamos de cosas pequeñas, que a los adultos ya no les interesan. Compartí con ellos, aprendiendo de ellos.

Cada vez más, rodeaban más niños. La calle cobraba vida.

Las niñas, con mayor prudencia y timidez también, estaban allí, un tanto más distantes, pero cuando las miraba me sonreían. Estábamos alegres. No había un motivo para estar juntos, no estaba trabajando para el proyecto; deje de tener cualquier pretensión desde el comienzo en que las cosas empezaron a suceder. Ellos me tomaron y jugamos con lo sencillo. Su curiosidad era preciosa. Hablamos, les pregunte sus nombres, mire sus ojos, sus ojos que eran inmensos hacia dentro, y recordé al niño que hace algún tiempo en uno de nuestros talleres abiertos, corrió con los ojos cerrados, veloz, y no tuvo temor alguno mientras cruzaba el desplayo vacío del mirador, lleno de aire. ¿Quién de nosotros puede hacer esto con su vida? Es mas, sonrió mientras lo hizo. Ah!, cuan grises los adultos al lado de los niños, que aman incluso lo que desconoce y no tienen limites. Cuan diferente estos niños de los adultos, que pasan el tiempo serios y preocupados por banalidades.

Mientras compartía con los niños, unos molestaban a otros, los grandes a los pequeños y más inocentes. Recordé mi pasado en le colegio de hombres en un instante, mientras el pequeño no se sentía bien. Mire al niño grande no con severidad sino con comprensión, y no le dije nada. En ese instante todos callaron. Y el niño grande se conmovió y se dio cuenta de lo que pasaba. No estábamos ahí para perder el tiempo peleando. Florecíamos aprendiendo cosas nuevas, conociéndonos. Allí llegaron las niñas, coquetas como niñas, alegres y con sus miradas compasivas, sanadoras, que enlazaron a los niños divididos. Nos tomamos más fotos. Les di la dirección de este blog y les dije que subiríamos las fotos a esta página de Internet, donde hablábamos sobre el proyecto. Era la despedida. Nos dijimos que nos volveríamos a ver, mientras algunos ya partían pues sus familias esperaban en casa. Hermanos iban de la mano, un par de amigos sonriendo, las niñas conversando calladas mientras caminaban la calle Blanco Vial, alejándose del colegio. Un niño, me regalo su lápiz. Me toco profundamente. Se lo agradecí.

Este barrio, como cualquiera tiene vida. La cotidianidad puede ser tan bella si estamos con el corazón sintiendo cada momento. Ellos son posibilidad de todo esto.

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